sábado, 15 de diciembre de 2012

Te he reñido

The Great Wukong
Hoy ha tirado de la correa, fuerte, ha frenado a su perra, le ha parado.

Su perra, que va siendo adiestrada, no se ha revuelto, sabe la que le espera si lo hace. Ha acatado, aunque deseaba explotar. Después, Él le ha acariciado la cabeza, buena chica, y ha sido el más dulce entre los dulces, porque se ha puesto en su lugar, y también comprende, aunque eso no significa que permita ciertos comportamientos.

Ella sabe cuándo comienza a sobrepasarse, y cuándo puede notar ese tirón. Pero, digamos, no lo puede evitar en ese momento.

Ella nota su poder, la tensión amarrada de su cuello, controlando esa furia que ella sola no puede acallar. Otra pequeña fuerza, en forma de ira, va creciendo exponencialmente cuando se nota encadenada, limitada, coartada. Y esa... sí que debe controlarla.

A ella le gusta sentir su mando, su autoridad, aunque se vuelva a ver como una niña que está siendo regañada, sin poder decidir por sí misma en ese momento, a sabiendas de que la obediencia, esta vez, prima sobre todo lo que desee y su instinto más primario le empuje a hacer.

No es una mujer que pueda discutir en igualdad de condiciones, no en esa ocasión. Es posible que hace cinco minutos haya regañado a su Dueño por alguna imprudencia de Él, pero ahora las circunstancias son otras; ahora se trata de la esclava que busca servir, la perra que debe encontrar su aprobación, la mujer que quiere alcanzar su bien.

La mujer independiente, eficaz, inteligente, tiene que arrodillarse ahora y facilitar el camino a la esclava, que pugna por demostrar que lo es, por someterse a la persona en la que confía ciegamente. Por un instante, ella se ve desde fuera, y comprueba como dos caracteres con el mismo cuerpo, pugnan por alzarse el uno sobre el otro.

Se revuelven en el barro de manera silenciosa, a cámara lenta, mientras el Amo tensa la cuerda, esperando pero firme. Él intuye qué sucede, y deja que todo pase. Ella, por fin, muestra a la esclava, a la perra, a la mujer rendida, sin demasiado entusiasmo.

El regocijo viene después, cuando nota su mano acariciando el cuello, la cabeza, sus palabras sanadoras, y comprende que, por fin, ha hecho bien, y lo ha logrado.

Luego se queda pensando... Es duro, pero es lo que desea, justo como lo necesita. Él, complacido y risueño, lo sabe y, travieso, se lo recordará después: "te he reñido..."


4 comentarios:

Odri Overthetop dijo...

Me encanta como describes algo que podría salir directamente de mis pensamientos, compañera.

Así es, así exactamente.

Un beso descalza

descalza dijo...

Gracias, Sara :) Es bonito compartir y encontrar a quien siente igual, me alegro de que tú seas una de esas personas.

Maria dijo...

Gracias por buscarme y no te enfades poco a poco voy avisando. :)
Un abrazo.

Maria dijo...

Me gusta la escena jejeje
Un abrazo fuerte.