Foto: Toni Chaptom
El tiempo, travieso, convirtió en eternos los primeros días. Así que, cuando el último de esos días llamó a mi puerta, me pilló con la bata de guatiné y la pasta de dientes en la comisura. De esta guisa, no podría nunca hacer carrera. Así que, intentando mantener la calma, me propuse intentar caminar por ese día como si fuera cualquier otro.
Error.
Aunque intentara distraerme con detalles insignificantes en mi rutina diaria, como la aparición de un elefante rosa en mi entorno laboral, la visión de un bonsai gigante en mi nevera o un ataque de abejas reinas en mi clase de diseño, yo continuaba pensando en lo que sucedería unas horas más tarde.
De hecho, mis neuronas se me revolucionaron, y se convirtieron en una fábrica a destajo de dudas inútiles. Una manera como otra cualquiera de pasar los nervios, que no mejoraron con la intravenosa de cafeína. Sin embargo, descubrí mi as en la manga, en forma de varias certezas: sabía quién, qué y de Quién era yo. Esto último, sobre todo, barrió cualquier resto de estupidez que rondara por ahí, para dejar al descubierto la Confianza, a la que habían sepultado de mala manera esas dudas oportunistas.
Y las horas también pasaron. Y la distancia se iba reduciendo. Y yo sabía que mis nervios intentaban explorar el futuro inmediato inútilmente.
Toc-toc sobre la puerta, que se abre, y me encuentra con una cara bien conocida, a pesar de haberla visto escasas veces (sí, mi memoria, a veces, es como un perro fiel). Mi ser de sumisa, de esclava, se despierta ante Él; está deseando darse, pero otra parte de mí pide más tiempo. ¿Más aún? Más aún.
Mi Dueño, sabio, paciente, me lo da. Sabe que soy suya, no hay prisa, y estoy donde debo estar. ¿Estoy segura? Sí, lo estoy. Mi viaje al Paraíso acaba de empezar.
Me siento única, en mi lugar, cómoda, pero también alerta, preparada para aquello que Él desee de mí. Y aquello que Él deseaba de mí, me sorprendió, me excitó, me sacudió de arriba a abajo, me cortó, le ofreció mi dolor, mi temor y mi deseo. Expresarme como sumisa, como esclava ante Él, reconocerle como lo que es, me resultaba natural. Mi rol lo vivía como tal, sin necesidad de aditamentos. Lo detallaría más pero... prefiero recrearlo en mi memoria.
Cuando parecia que todo había pasado a un tranquilo momento de stand by, resurgió...y esta vez en compañía. Un chico justo en frente de mí, me miraba con curiosidad, riendo, y lo comentaba con su amiga en otro idioma. Yo miraba a mi Dueño, que continuaba su labor con media sonrisilla traviesa. ¿Por qué esto sí lo cuento? Porque me sorprendí a mí misma dejándome hacer en una situación que otrora hubiera negado con rotundidad; porque me encontré, además, devolviéndole, desafiante, la mirada al chico con un mensaje: "sí, es mi Dueño y le pertenezco. Por eso usa su derecho sobre mí." Aunque, eso sí, también comprendí que disimular en ciertas circunstancias este tipo de placeres, pasa a ser misión imposible.
Después llegó otro momento que temía... ¿cómo reaccionaría yo? ¿sería capaz de llevarlo bien? ¿cómo se comportaría mi Dueño? ¿Cómo...? Y la comodidad y el placer de una conversación entretenida, terminó barriendo estas dudas también.
Gracias, mi Dueño.
3 comentarios:
Hola cariño, pasa por mi blog, hay un regalito para ti,
un besito
Hola...cuando todo es natural, es lo que tiene y que ser :)
Siempre pensar en esa otra persona que nos calma tanto por dentro resuelve muchas dudas, y la mayoria de formas tan simples como solo verles frente a nosotros.
Me gusta como expresas eso que sientes, aunque nos dejaste algo picados con el final :)
Un besote!
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