Foto: André Brito
La paciencia es una virtud fundamental, tanto para el/a Amo/a como para el/la sumiso/a.
Así que intento estar a la altura de mi Dueño, y disimular mi impaciencia, acallarla, sabiendo que ese día llegará, más temprano que tarde.
Procuro no echarle de menos demasiado, para que esa impaciencia no crezca, pero es una labor baldía.
Durante el día, me descubro en muchos momentos evocándole a gritos, como si así pudiera llegar hasta Él de manera inmediata, y pudiera mostrarle así mis pensamientos.
Y cuando hablamos, cuántas veces he deseado que el mundo se pudiera plegar, como un trozo de papel, para acercar las esquinas en la que nos encontramos cada uno.
Por eso, un segundo en el que te pueda hacer feliz, o consolar, o servirte de cualquier otra manera, se transforma en un regalo para mí: una oportunidad para que nuestro mundo se doble un poquito, y convierta los kilómetros en centímetros, para beber de tus fuerzas y aguardar como debería, sosegada, paciente, pero no por ello menos deseosa.
La inquietud crece en mí, en espera del único sedante que sé que me hará recobrar la serenidad: poder situarme en ese otro rinconcito que me has regalado.
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